El jueves pasado la gente de Kingston nos convocó a un almuerzo, aprovechando que no es común que se encuentren todos en Buenos Aires al mismo tiempo. Sin PPTs ni rotafolios, tanto el capo latino como el capo argento se entretuvieron más hablando de futbol y de golf que de IT y memorias. No pudimos con nuestro genio y algunas preguntas hicimos, pero lo que quedó, finalmente, fue el placer de un encuentro informal. Creo que es todo lo que querían.
En realidad a nosotros nos tocó segundos porque el día anterior se había hecho un almuerzo similar para otro grupo de periodistas. Cuando no tenés una noticia que ofrecer o un producto que lanzar (con perdón), o sea, cuando no hay una primicia, está bueno eso de dividir las reuniones, así son más chicas y se puede charlar mejor.
Además, es imposible ser formal con un anfitrión como Jean-Pierre Cecillón, un brasileño de origen francés, casado con una argentina e hincha de San Lorenzo —no nos quedó claro si hincha por Brasil o Argentina en el Mundial—, a la sazón director Regional para América Latina de Kingston. No le va en zaga Ariel Plabnik, country manager para la Argentina y Uruguay, que, se nota, ya se entiende con J-P (pronúnciese yeipí) sólo con la mirada.
Entre Tiger Woods y el marketing deportivo, mostraron dummies del próximo modelo de pendrives MiniFun, de 2, 4 y 8 gigas, en colores, que ahora se parecen a esas gomas de borrar plásticas perfumadas que venían en la década de los ’90.
Y mientras tanto, desgranaban algunos comentarios —inducidos por nosotros, por supuesto— como que hay mucha venta de microSD de 2 gigas como suplementaria del celular, o que por volumen la venta más importante son los pendrives, pero en facturación la parte del león la llevan las memorias RAM (porque cuestan entre tres y cuatro veces más que una memoria USB) y que todavía los discos de estado sólido están caros como para ser un buen negocio.
J-P, después de comentar cómo les resulta difícil combatir la falsificación de memorias, contó anécdotas de gente que compró pendrives truchos y después les reclamaba a ellos porque no funcionaban.
En fin, que fue un almuerzo agradable, como siempre con Jean-Pierre y su gente.