Los chinos, en un aspecto que ya es popular en occidente, basan gran parte de su filosofía en el concepto del Yinn y del Yann. A diferencia de lo que solemos hacer los occidentales, los orientales no usan esta idea para determinar qué es bueno y qué es malo. En rigor, para ellos, no hay nada bueno o malo, sino que hay dos aspectos que son complementarios: no existe luz sin oscuridad, no existe blanco sin negro, ni dulce sin amargo. En otras palabras, Yinn y Yann son los dos polos que forman parte de un mismo proceso, objeto, imagen, idea, etc.
No pueden existir uno sin el otro y están en continua tensión. De la dinámica de esa tensión surge el equilibrio, dinámico por definición, según el cual, en algún momento uno (la circunstancia, un mecanismo, uno mismo) está “más Yinn” o “más Yann” según qué aspecto predomine en un momento dado.
Extremar la tensión entre los polos es lo que se llama, habitualmente, polarización. Y como corresponde, la polarización es siempre relativa, es decir, mientras uno de los términos de una ecuación va hacia Yann, el otro necesaria va hacia Yinn. Nosotros lo vivimos todos los días. Voy a dar un ejemplo.
Me gusta Woody Allen, no como para decir que soy fanático y que es el mejor director y que no me lo toquen, sino más bien como para sentirme interesado y tratar de ver cada una de sus películas cuando aparecen.
A vos, en cambio, no te gusta, no te hace gracia, no lo entendés o no te identíficás, que es demasiado judío o neoyorkino, y te parece que se repite, y que vista una película viste todas. Pero no te molesta que filme, no que a otros les guste, simplemente no lo recomendás.
Un día vos y yo nos encontramos y empezamos a discutir acerca de Woody Allen y su cine. Yo lo defiendo, porque me gusta, y vos lo criticás, porque no te gusta. En un momento de la discusión nos encontramos en los polos opuestos: yo hablo de Allen como si fuera Dios, el mejor director del mundo y si no lo dieron un Oscar a cada una de sus películas es porque la Academia es ignorante. Vos en cambio, lo defenestrás con tus mejores armas discursivas: que es un egomaníaco, que trata de resolver sus psicopatías en público, que tiene un solo personaje que si no lo interpreta él, lo interpretan los actores que llama, y sacás a relucir hasta su vida personal, su matrimonio con su hijastra y todo eso.
Por suerte, en un momento determinado, vos y yo nos miramos y nos damos cuenta de que estamos ahí donde no queríamos llegar. Porque ni a mío me gusta tanto ni a vos te disgusta tanto. Pero fue tal la vehemencia que pusimos en la discusión, que nos polarizamos. O, en todo caso, polarizamos el debate.
Algo que, lamentablemente, estamos viviendo cada vez más intensamente a cada momento. En la política (que el Gobierno no dialogue y que la oposición no proponga alternativas no es más que una forma de polarización), en la economía (FMI versus indignados), en la ecología (Asambleístas de Gualeguaychú versus Botnia/UTM) y podríamos seguir con muchos ejemplos: Boca versus River, iniciativa privada versus intervención estatal, morenistas (de Mariano, no de Guillermo) versus rivadavianos, y así siguiendo.
Y, por supuesto, como pasa en nuestro ambiente, software propietario (o privativo) versus software libre, on premise versus cloud, iOs versus Android… y toda una serie de tensiones que veremos mañana. Porque por hoy ya se nos hizo larga la parrafada.
Por eso lo que vamos a desarrollar mañana son algunas de las tensiones que existen en nuestro mercado, y el riesgo que corremos de que (si se) polaricen.

Imagen de Defondos.com

Por Ricardog

Periodista científico especializado en tecnología. Médico en retiro efectivo.

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