Una de las cosas que más me gustan de estos últimos dos años en nuestro país es la cantidad de “ollas que se han destapado”, entendiendo por esto no el descubrimiento de hechos de corrupción sino más bien el franqueamiento, el blanqueo de lo que piensa cada uno. Desde el conflicto del campo hasta la Ley de Matrimonio Igualitario, pasando por la Ley de Medios, lo más positivo de todo este debate es descubrir los verdaderos mensajes de cada actor social. En otras palabras, ahora vamos teniendo cada vez más claras cuáles son las ideas que sostienen distintos sectores. Ya va siendo tiempo que nuestro sector tecnológico también se franquee.

Es muy común que cuando un sector de la sociedad se siente atacado por algo, sea un proyecto de ley o la carga mediática de otro sector antagónico, levanta alguna bandera socialmente sensible para defenderse. Así, la empresa de medios o la editorial, cuando siente amenazada su existencia o su rentabilidad, esgrime como argumento de lucha la defensa de la libertad de expresión, en lugar de utilizar una estrategia que hable del negocio, que es lo que realmente se defiende.
De la misma manera, cuando la Iglesia Católica siente que su “ministerio” no puede ser ejercido como ella pretende, enarbola el argumento de la libertad de culto, algo que, cuando fue autoridad, como en aquella época de la “laica o libre” (fijate el uso deforme de la palabra “libre” en ese contexto), lo que menos quería era permitir la libertad de cultos.
Para seguir con el ejemplo, cuando un país, un estado o una provincia —o el sector público que quieras— ejerce soberanamente la facultad de proteger su producción, aquellos supuestamente perjudicados “denuncian” peligro para la libertad de comercio.
Y es esto mismo, con las particularidades del caso, lo que la industria tecnológica esgrime cuando aparece la discusión acerca de una supuesta neutralidad tecnológica que debería ejercer el sector público con relación al tipo de software o producto informático que debe comprar o consumir.
Los defensores de la mal llamada neutralidad tecnológica sostienen que todas las empresas deberían tener las mismas oportunidades para ofrecer sus productos o servicios al estado, en una competencia leal (suponiendo que exista algo como eso) en igualdad de condiciones. Por supuesto que eso incluye al software libre, como si el software libre fuese una empresa más de las que esta(ría)n en condiciones de competir.
Dejando de lado la discusión acerca de si la competencia es verdadera o si el software libre debe competir en un pie de igualdad con el software propietario, lo cierto es que esa supuesta competencia no es código abierto vs. cerrado sino, simplemente, una puja entre empresas que quieren ser, cada una de ellas, la ganadora de la licitación, o sea, la que venda su producto y cobre la guita. Y no existe ninguna empresa de software libre capaz de competir en un pie de igualdad con la de software propietario —ni siquiera Red Hat o IBM— porque eso sería, en definitiva, juntar peras con manzanas.
Por sus propias características, el software libre no deriva en mutinacionales oligopólicas, por más que haya algunas de éstas que lo usen como un producto más de su portafolio. Porque se dedican a otra cosa, y porque, precisamente, hay características que no se pueden comparar.
Por ejemplo, la capacidad de tener a disposición el código fuente para cualquier uso, entre los cuales está la modificación y adaptación. Cuando se trata de administrar los bienes de los ciudadanos, lo primero que hay que asegurar desde un Gobierno es que esos bienes no se vean perjudicados o controlados por sectores privados interesados sólo en su propio beneficio. Y el acceso al código fuente es la única manera en que el Estado puede asegurarse de que nadie del sector privado haya introducido algún código desconocido que pueda afectar los bienes de los ciudadanos o, aunque sea, que le otorgue alguna ventaja que no corresponda frente a la competencia.
Claro, existen SLAs, convenios, juramentos y perjurios. Y hasta la posibilidad de ver el código fuente… pero desde lejos y sin tocar ¿eh?
Así, la pretendida neutralidad tecnológica que enarbolan las empresas de tecnología y muchos de sus exégetas, sólo resulta un eufemismo para no decir lo que verdaderamente habría que decir: lo único que yo quiero es que compres mi producto y en las condiciones que a mí se me antoja vendértelo.
Si soy un privado, tengo todo el derecho del mundo de elegir lo que compro y cómo lo uso (aún cuando desde algún sector, irónicamente, sostengan que siempre tengo la libertad de elegir ser esclavo). Pero desde el sector público, la cosa es diferente, porque el estado es mío, está sostenido por mi plata y la de mis vecinos y yo quiero la total y absoluta seguridad de que nadie me está metiendo ningún perro, ni siquiera involuntariamente.
Lo mejor de lo que ha pasado en estos dos años fue que muchos doctores Merengue han, por fin, desnudado su “Otro Yo”. Y eso, señores, me encanta.

Por Ricardog

Periodista científico especializado en tecnología. Médico en retiro efectivo.

Un comentario en «El país de los eufemismos: neutralidad tecnológica»
  1. Gracias Ricardo, comparto plenamente contigo que el concepto de Neutralidad Tecnológica enarbolado por empresas como Microsoft lo único que representa es lo que tú dices; solo te quiero vender mí producto en mis condiciones.

    Saludos

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