En los pueblos y las pequeñas ciudades hay un ecosistema económico que puede ser precario o estable, siempre dinámico pero, fundamentalmente, liderado por PyMEs. La compañías, negocios, estudios, etc. que conforman el grueso de la economía local, suelen ser en su mayoría PyMEs. Y lo mismo son aquéllas que les dan servicios, como las casas de computación o los estudios de programación. Las PyMEs se realimentan entre sí, movilizando la economía del lugar y suelen ser las responsables del crecimiento de la comunidad local. Hasta que llega una “grande” y arrasa con los recursos del lugar. Destrozan, literalmente, el ecosistema.
Hace dos meses estuve conversando con un conocido, que vive y trabaja en el interior, que me contó algunas cosas que me dejaron inquieto, como que algunas empresas grandes son odiadas porque destrozan el ecosistema. Claro, me interioricé del tema y resulta que hay una economía establecida en los pequeños centros urbanos cuyo equilibrio es, en algunos casos, precario, en otros, más estable pero siempre dinámico.
Tomemos como ejemplo las localidades de Bahía Blanca, Río Cuarto y Resistencia. Son tres ciudades/pueblo muy distintas entre sí y con economías muy distintas. Sin embargo, las tres tienen algo en común: se comportan como pueblos en los que todos se conocen y las tres viven con el mismo ecosistema.
¿Y a qué llamamos ecosistema? Salvo contadas excepciones, la economía de los pueblos y ciudades del interior está en manos de las PyMEs. Incluso en aquél caso de localidades junto a las cuales habita una gran empresa, una destilería, una manufactura o un astillero, aún así, ninguna sobrevive mucho tiempo sin una infraestructura económico social dependiente de las PyMEs.
Vamos al caso concreto. Una droguería, una farmacia, un autopartista, un distribuidor de granos o de maquinaria agrícola, un autoservicio, son todas PyMEs que utilizan, en diversos grados, algún tipo de tecnología informática. Esta tecnología suele estar provista y mantenida por PyMEs dedicadas al rubro. En muchos casos, también, con programadores que adaptan e, incluso, han creado, los sistemas que están utilizando sus vecinos.
Es entonces cuando llega y se establece una “grande”. Los argumentos utilizados por una “grande” que se instala en un pueblo suelen ir desde la cercanía a una universidad, hasta la “apertura hacia el interior” o la “revalorización de los recursos humanos”. Lo cierto es que, en el fondo, es una cuestión de bajar costos en una producción que, por razones obvias, no va a ir a la comunidad local. Aún cuando se le pague a un programador mucho más de lo que cobra en la PyME local, siempre será menos de lo que se le pagaría en la gran ciudad.
Pero el efecto es, literalmente, destrozar el ecosistema. Un pequeño estudio de programación o una casa de computación con tres o cuatro técnicos o programadores, que habitualmente son suficientes para atender a la clientela, mantener el software, proveer los insumos, etc. de repente se ve despojado de dos de sus recursos, captados por la “grande” (¿quién resistiría la tentación de trabajar para una “grande” y además, ganar más?). Por supuesto, es mucho más difícil conseguir técnicos o programadores en pueblos chicos que en ciudades populosas. El estudio o negocio colapsa porque no es capaz de seguir atendiendo a sus clientes. La “grande” hace su negocio (que no suele consistir, precisamente, en atender a las PyMEs), pero a costa de desequilibrar gravemente el ecosistema.
Esa es la razón por la cual hay algunas “grandes” que terminan siendo odiadas en el interior. No es una hipótesis, estoy hablando de casos reales.
Cuando se habla de impacto ambiental, a la hora de evaluar el asentamiento de una empresa en una localidad, se suele considerar el consumo de electricidad, gas y agua, la deposición de los deshechos, la potencial contaminación… pero no se habla del impacto social. Creo que ya es tiempo de empezar a considerarlo, especialmente por parte de aquellas empresas que han hecho del apoyo a la comunidad, el altruismo, la responsabilidad social, parte importante de su discurso de campaña.
Foto por Adam.Rauckhorst