Un artículo en un blog acerca de las distintas formas de aceptar o de adoptar la tecnología, me hizo reflexionar acerca de si existe la manera de medir cuál sería la medida natural en la que el ser humano es capaz de absorber la innovación tecnológica. En otras palabras, ¿es posible tratar de tecnófobo a quien no está en condiciones de comprender los avances de la tecnología? ¿O, simplemente, hay que apartarlo como un mal ejemplo?
Días atrás me topé con esta anécdota que contó Carlos Neri en su blog Moebius. Claro, como este blog ha sido fundado por docentes y especialistas de las Facultades de Psicología y de Filosofía y Letras, uno tiende a pensar que sus deducciones e interpretaciones están basadas en profundas reflexiones y debates interdisciplinarios.
Pero claro, también es verdad que son seres humanos y se les puede escapar la tortuga como al mejor de los estudiosos. Y, por supuesto, el errado puedo ser yo, pero a lo mejor resulta que soy alguna especie de tábano.
¿A qué viene toda esta introducción? A que si uno piensa un poco más lo que acaba de leer (porque supongo que ya fuiste a Moebius, leíste el artículo y volviste… es cortito), me da la sensación de que acusar a alguien de tecnofóbico por no terminar de entender a la tecnología es, cuando menos apresurado.
Estamos tan inmersos en la tecnología que a veces se nos escapa que el resto del mundo no lo está, o no lo está tanto. Es interesante detenerse a pensar un poco en cómo nos acostumbramos a determinada jerga, a usar terminología técnica en la vida diaria. Hacé la prueba, entrá al super chino, al maxikiosco, al bar, al bazar, a dónde te muevas regularmente, fuera de tu trabajo, y probá a hablar en jerga o a comentar “qué rápido bajaste la última película” o cómo la última actualización de Windows te colgó la máquina. Observá con cuántas caras de “¿de qué hablas Willys” te vas a encontrar.
Entonces, volviendo a nuestro artículo de marras, ¿es lícito calificar de tecnofóbico a alguien que no tiene interés o le cuesta más que a nosotros entender la tecnología?
Es más, estiremos un poco más el concepto: ¿quiénes son los principales interesados en la rápida adopción de la tecnología? Y más aún ¿quiénes quieren que la actualicemos regular y, en lo posible, rápidamente? ¿los dueños de bares, los profesores universitarios, los oftalmólogos? No. La respuesta es más simple: las empresas de tecnología.
Años atrás un ejecutivo de Epson nos decía a un grupo de periodistas que ellos consideraban el período de actualización de una impresora en tres meses. En otras palabras, el cliente, para mantenerse actualizado, debía renovar su equipo cada trimestre. Por supuesto que lo miramos despavoridos: ¡Pavada de programa de obsolescencia! Por suerte, Epson ya no piensa de esa manera… o por lo menos no lo dice.
Hay algunos autores que hablan de “tecnotropismo” refiriéndose a la tendencia de una sociedad a la generación y el consumo de tecnología. Y es posible que así sea, si consideramos tecnología todo lo que el hombre crea o fabrica para mejorar su calidad de vida o, en todo caso, lograr un objetivo concreto. Pero acá estamos hablando de la tecnología informática, quizá una de las más complejas de comprender.
Entonces la pregunta es: ¿cuánta innovación tecnológica estamos en condiciones de absorber? ¿existe una tasa de aceptación de la tecnología que permita inferir cuál es la capacidad natural del ser humano de admitir nuevas tecnologías? ¿Es posible, en consecuencia, calificar a alguien de tecnófobo sólo porque su personalidad o constitución no le permiten comprender la tecnología a la misma velocidad que otros congéneres?
Sospecho que la respuesta no vendrá por un estudio psicológico o sociológico sino por uno de mercado: ¿cuánta tecnología estamos en condiciones de consumir? Así, la tan famosa inclusión social, la apropiación de la tecnología, se convierte no en una mejora de la calidad de vida sino en un objeto de consumo. Y quien disfruta de la tecnología ya no es quien la comprende sino quien está en condiciones de comprarla.
¿Será esa la inclusión social que buscan las empresas?
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